ADRIANEY ARANA.- Me cuenta una profesora colega que consiguió un contrato por un año de canguro-interna-cuidadora en una familia con dos niños y piscina y que duró un mes. La madre le comunicó el primer día que “disciplina positiva: no reñir, no prohibir, no dar órdenes ni castigar… sólo vigilar y motivar”. Se quedaba sola planchando, lavando y vigilando a los infantes a los que una vez dijo que «no» casi para salvarles de un accidente. Abandonó la casa.
Soy un firme partidario de la disciplina positiva pero bien entendida: o sea, “disciplina” y positiva. ¿Por qué? Porque los niños nos necesitan. ¿Y por qué? Porque son niños.
“Manténgase fuera del alcance de los niños” es una advertencia de prácticamente todos los medicamentos, pero no obvia. Me explico. Los niños tienden a probar y coger todo y los pequeños con la boca. Se entiende que el peligro de electrocutarse o envenenarse existe, querámoslo o no.
Los adolescentes o “pre” todavía menores tampoco saben ni pueden tomar ciertas decisiones a pesar de su incipiente autonomía. Más que experiencia necesitan criterio y madurez a demostrar mediante informes exigidos por algunas leyes actuales. Votar, conducir, comprar alcohol o tabaco… incluso para viajar o algo tan sencillo como ir de excursión con el colegio acompañados de sus profesores requiere autorización firmada.
Hasta los 16 no pueden tatuarse sin autorización paterna escrita, pero sorprendentemente si una niña de 11 años se identifica como niño, muchos colegios tienen protocolos LGTBI que permiten esto incluso sin consentimiento paterno si la menor muestra “suficiente madurez”.
Si hay conflicto en casa, el centro puede activar protocolos de protección y derivar a servicios sociales si considera que el menor puede estar en situación de vulnerabilidad.
“Aumentan los casos de estudiantes que se declaran trans después de haber oído en las aulas que el sexo se puede cambiar, que existen más de dos sexos y que ser mujer o varón es una identidad sentimental autodeterminada”, informa la famosa feminista Amalia Valcárcel en El País.
Vaya por delante mi respeto a las personas trans, a las que algunas conozco y me conocen, pero que a un niño se le antoje ser «niño-trans» y pueda “iniciarse” me resulta ilógico educativamente e incoherente con los actuales avances en la protección al menor. Muchos problemas de los niños no llegan a traumas y pasan, sin entrar en antojos o falta de referencias familiares. Dar alas al capricho del que quiere ser “niño-trans” es como darlas o cualquier otro berrinche del domingo por la tarde.
Con el autodiagnóstico no se juega y los niños juegan. Pero además con los niños no se juega.
Como afirma Valcárcel, “ya existía el terraplanismo, ahora aparece el sexoplanismo”. Un juego de ruleta rusa.
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