ESTEFANÍA LAYA.-  «Fui activista gay en Londres en los años 80 y participé en discusiones que dieron forma a The Gay Agenda. (Sí, existe, y está a punto de cumplirse, lo que incluye anular la heteronormatividad de una vez por todas). Un aspecto importante del plan incluye el uso de la guerra psicológica para silenciar y, en última instancia, convertir a cualquier persona que pueda fallar no solo en tolerar, sino en celebrar la homosexualidad y la desviación sexual. Esto implicaría señalar a los antagonistas o grupos que no cumplen mediante el uso de la humillación, la mancha del carácter, las dificultades financieras y la exclusión social».

Esto confiesa James Parker en Mercator, ex activista gay y víctima de abusos que apoya a las personas y a familares en temas de sexualidad, género e identidad.

Se pronuncia ante la condena impuesta al alcalde de un pueblecito canadiense por negarse a ondear la bandera gay el Día del Orgullo. Hay que decir que no tienen mástil, pero que por lo visto deberían haberlo instalado. Debe pagar 5000 dolares de su bolsillo a la asociación local gay y hacer un curso de reeducación.

Es cierto que gays y lesbianas son respetadas y han podido salir del armario pero no es necesario que lo dejen abierto y nos obliguen a meternos dentro. Luchar para que te respeten no debe llevar a la imposición, el orgullo intolerante o el desprecio. Ya les pasó esto a los judíos.

Si algo hace falta en esta época de la historia es humildad. Podemos llevar gorras de Orgullo Americano, humillar públicamente a un líder ucraniano y bombardear lo que nos venga en gana, o en Gaza, adornarnos con águilas rusas y fardar del espionaje judío. Podemos caer en el radicalismo de algún ultracatólico, en la fanatismo musulmán o en la motosierra argentina. 

Incluso la mayoría elegida democráticamente podría -como decía un ensayista político cuyo nombre no recuerdo- aprobar la pena de muerte para la minoría restante. ‘No olvidemos que todo lo que hizo Hitler fue legal’, recordaba.

El Día del Orgullo puede convertirse en desprecio o, por no ser tan radicales, en un evento comercial, en la que grandes marcas participan sólo por marketing, diluyendo su origen como protesta. “El espíritu de lucha se ha perdido; ahora es solo una fiesta patrocinada”, sostienen algunos. “No me siento representada; el Orgullo no visibiliza nuestras luchas”, sostienen otras. Algunas personas LGBTQ+ simplemente no se sienten representadas o no comparten el enfoque político de las marchas. “No necesito un desfile para validar quién soy”.

Ciertas expresiones durante las marchas (nudismo, exhibicionismo drag, prácticas fetichistas, etc.) pueden ser contraproducentes o dar mala imagen, además de aumentar la hipersexulaización en una sociedad ya cargada de las lacras de la pornografía, la violencia sexual y la pederastia.

Además, hay otras causas por las que luchar y poner fondos y nadie se vuelve histérico si no se celebran adecuadamente: el día del autismo, del enfermo de ELA, de la madre, del niño… el ser más olvidado de este planeta. La presión de muchas instituciones locales y educativas por celebrar sólo y a toda costa el Día del Orgullo peca de «orgullo».

Un poco de humildad le viene bien a esta época en los parlamentos de diputados gallitos y diputadas chulitas, en las declaraciones irrespetuosas a los periodistas, en alguna homilía destemplada, en las mujeres que nos empoderamos discriminando a jóvenes varones, en las redes sociales «partidarias», en los titulares y en repetitivos telediarios monocolores. O en el liderazgo de las tramas de doble vida cuyo orgullo les impide reconocer errores, porque errar es humano. 

Martin Luther King, quizá el mayor luchador por los derechos civiles, insinuaba que «el liderazgo real no consiste en ganar seguidores, sino en crear líderes”. Insinuar, moldear espíritus, con humildad, dialogar, persuadir e incluso estar dispuesto a no tener razón. Algún gay me lo ha dicho.