MANUEL RODRÍGUEZ (RODRI).- Reencuentro en una esquina. Han pasado meses y meses sin noticias. Tal vez algún año. ¿Cómo estás? “Me he bajado de la vida. No me gusta nada… Apenas salgo a la calle…” El misil emocional impacta en el corazón. Sabía de la dura pérdida de su mujer. De sus soledades tras cumplir un sugerente periplo laboral. Y de pronto esa confesión a bocajarro, ese sentarse el borde del olvido. Hoy ha salido a la calle para asuntos médicos: consultas, recados. Cuenta que a veces sale a comer con alguna persona amiga. Gente que le quiere y tira de él.

«…encontrar a alguien capaz de subirse a ese mundo de vidas ajenas, de transitar por calles literarias abarrotadas de historias»

“Ahora estoy leyendo literatura, cuando siempre había leído solo ensayo… Leo unas cinco horas al día”. Hay noches en las que el amanecer lo encuentra atrapado en un libro. Empieza a hablar de Leila Guerriero (Junin, Argentina, 1967). Va citando algunas de sus obras, de sus artículos. “No solo escribe bien sino que te enseña a escribir”. Confiesa que él también escribe. No son diarios, son sensaciones de la vida, cosas que ve, pensamientos… Vuelve a Leila, a su fantástico Opus Gelber. Retrato de un pianista (Anagrama), esa historia hipnótica de un músico único, Bruno Gelber (Buenos Aires, 1941). Relata con entusiasmo detalles de la vida del artista, como cuando al niño Bruno, enfermo de polio, sus padres le encajaron un piano en su cama para que pudiera seguir estudiando. O como Leila habló con las personas más cercanas a Bruno para completar un retrato vital que el pianista nunca quiso leer.

La conversación entra en un torrente literario. Habla de otro libro-reportaje de Leila sobre Truman Capote y su estancia en la costa catalana donde, quizá, surgió la idea de escribir A sangre fría. Tiene pendiente de leer La llamada (Anagrama), de lo último de Leila que le ha regalado una amiga.

Apunta que ha recuperado a Francisco Umbral, “me falta ‘Mortal y rosa’, la novela más conocida”. Ha disfrutado de nuevo con La familia de Pascual Duarte, mientras que La Colmena se le ha hecho un poco larga. Enfatiza su admiración por Ramón de la Serna, autor de cabecera. Anuncia que va a empezar de nuevo con El gran Gatsby porque este año es el centenario de la novela de Fitzgeral, otro de sus admirados autores. Evoca escenas de cine sobre esta novela, porque a ver cine también le dedica unas cuantas horas…

La conversación de media mañana, en la esquina de una plaza, con gentes transitando por un paso de peatones, con conductores parados ante el semáforo, podría durar horas… Al alejarse, camino de la consulta médica, sigue sonando el bocinazo inicial: “Me he bajado de la vida…” Pero ahora suena sin drama, al contrario, con una cierta alegría tras encontrar a alguien capaz de subirse a ese mundo de vidas ajenas, de transitar por calles literarias abarrotadas de historias en las que es posible bajarse de una vida a disgusto para compartir otras existencias… Y así, quizá, acabará redescubriendo la senda de los pasos propios y volverá a subirse a la vida, caminando por el vergel de la literatura.