ÁLVARO FDEZ. DE MESA TORRENTE.- Es increíble, pero no falla: todo suele depender de cómo hagas esa condenada línea. Si más ancha o más estrecha. En ese terrible 3º de ESO, en el que Dibujo técnico fue mi mejor amigo durante nueve meses y estuvo a punto de serlo también en verano, aprendí que quizá se puedan hacer las líneas más gordas, y no pasa nada. Y que si el compás llega hasta un sitio que no te convence, pues se hace un punto más grande y listo. El profesor lo sabe, tú también; a veces se hace el sueco, otras no tanto. Pero en lo de pasar las vistas con su alzado y todo eso a dibujar la figura no podías tirar del Truquito de las Líneas. Como os he dicho, salvamos septiembre de milagro.
El otro día me acerqué a una ferretería que me pillaba de camino al trabajo a por cinta de pintor. Estuve un buen rato hablando con el dependiente viendo cuál podía venirme mejor, hasta que le expliqué que no la quería para pintar ni nada de eso. Que era solo para poner sobre el suelo del polideportivo y marcar las líneas de varios mini campos de fútbol 3×3 que queríamos hacer. Entonó un «ah, bueno», que no estoy seguro si era de alivio por la sencillez del asunto o de decepción por prostituir su material, y me dijo que la más ancha no hacía falta, que con otra más sencilla me valía. Y le hice caso (grosor más apropiado y más barata, como para no). Así que me llevé en la ya suficientemente pesada mochila seis rollos de cinta de pintor, anchura media. Para hacer líneas.
Qué fácil sería la vida si a todo le pudiésemos marcar líneas. «Mira no, me has hablado mal, esta línea de decibelios lo demuestra: pide perdón»; o «disculpa, ya ha comido usted demasiado para lo que le conviene, lo marca esta línea que se ha formado en su camiseta, prohibido dar un bocado más»; o «lo siento muchísimo, pero no tiene usted pasaporte, así que no puede cruzar esta línea para entrar en mi país». Cosas así, muy locas e irrealizables todas.
Porque ahora mismo, ¿cómo saber tantas veces dónde está el límite entre una cosa y otra? Patricia, mi antigua jefa, iba siempre con el ordenador en la mano sin funda. Si tenía una reunión, cogía el portátil -creo que con ratón y todo- y lo llevaba debajo del brazo. Así, a palo seco. ¿Que después pasaba por la cafetería? Pues lo dejaba apoyado sobre la mesa, con las siglas HP sonriéndole al café y al trozo de tortilla mientras les gritaba: venga, venid a por mí. Lo peor era que su móvil sí que tenía funda, me parece.
Y claro, ¿cómo definiremos a Patricia? ¿Valiente o ingenua? ¿Audaz o loca? Si todo dependiese de la dichosa línea, pues supongo que dependería de si un día lo golpeó contra una esquina o se le cayó, o si nunca le pasó nada al ordenador. Si el resultado ha sido aceptable hasta el momento, entendemos que aún no ha cruzado la frontera; no tiene miedo al éxito y está haciendo las cosas bien. En cambio, si un día estaba más cansada, o si una persona torpe que pasó al lado de su mesa tiró su portátil, pues no queda más remedio que asumir que se estaba equivocando. Menuda tontería, esto de ir sin funda. Qué barbaridad, Pat.
Todo depende de las líneas. Así que quizá merezca la pena trazarlas lo más anchas posibles. Que tengan margen, que puedan llegar a dos puntos distintos en función de cuál sea el correcto al final. Que la distinción entre héroe y villano no penda de un hilo, porque si no será demasiado fácil pasar de una a otra. Yo trazaba las líneas bien gordas cuando dibujaba. Al final aprobé -padre de mi amigo Pepe mediante; eso puede quedar para otro día-, y me libré así de no quedar como el villano del Dibujo técnico. Pero tampoco fui considerado un héroe, obviamente. Menos mal, imagínate: si alguien me hubiese dicho «hiciste un buen examen final: podrías tener futuro en este campo, chico», ahora mismo podría estar en la quinta convocatoria de varias asignaturas de una Ingeniería. No eran tontos mis profesores, por suerte. Pero es que imagínate.
Blog del autor: uncordialsaludo