MANUEL RODRÍGUEZ (RODRI).- “Nuestros puentes no resistirán vuestro amor”. Esto escribieron, hace casi una década, las autoridades de París en el Puente de las Artes. Era el argumento para retirar los miles de candados allí colgados. El peso de aquellos candados amorosos, con los que tantas parejas querían asegurar el futuro de su amor, era de varias toneladas. El final de los candados no fue muy romántico: los subastaron. Vendidos al mejor postor. Claro que retirarlos quizá fue más animante que verlos oxidados como ocurre en otras ciudades.
Y es que la moda de París, cuyo origen parece remontarse a una pareja de una pequeña ciudad de Serbia separada al inicio de la primera guerra mundial, se extendió a otros lugares. Así, en los cables de acero que rodean el Milenium de A Coruña cuelgan varias decenas de candados amorosos. Casi todos están muy oxidados. Algunos conservan los nombres de quienes desde allí lanzaron la llave al mar. ¿Se les habrá oxidado también el amor? ¿Habrá algún anti-oxidante para el amor, algo para preservarlo de la herrumbre?
En su día, el filósofo Julián Marías [padre del escritor Javier Marías] sostenía que el enamoramiento es “la necesidad de desayunar frente a una persona toda la vida”. Así de sencillo. Amor alimentado con prosa diaria.
Sin ánimo de corregir al filósofo, a ese desayuno quizá le vendría bien untarlo con unos cuantos “te quiero”. Sin que lleguen a empalagar. Por si evitan que el amor se oxide. Que la herrumbre afecte solo a los candados.