JUAN JOSÉ DIÉGUEZ.- Como en cualquier deporte, un Campeón del Mundo es único entre los demás. En ajedrez es una personalidad fascinante. No olvidemos que casi todos los campeones del mundo fueron niños prodigio. Competir exponiendo todo -el ajedrez en la antigua URSS era más que un deporte- requiere un nivel de compromiso y exigencia que no todos pueden soportar.
Son muchas las leyendas alrededor de este juego/ciencia que conocemos y de un modo u otro nos asombran, pero comprender es algo reservado a unos pocos. Sólo aquellos que han estado en la cumbre comprenden lo fácil que les resulta llegar en comparación con lo difícil que es mantenerse, especialmente cuando mantenerse supone enfrentarse a Robert James Fischer, considerado el genio entre los genios vencedor de la supuesta Guerra Fría en 1972, y sobrevivir.
Aquellos aficionados que nos arriesgamos a intentar entender lo que pasa por la cabeza de estos genios (en 2017 había unos 1594 GM en todo el mundo) debemos aceptar, antes de nada, nuestras limitaciones. Hay que comprender -una palabra que utilizo habitualmente- aquello que no podemos ver, que no podemos entender pero que está ahí y que ellos son capaces de mostrarnos. Una de esas personas se ha ido, y fue admirada por aquellos no sólo que aprendieron de él, sino también por aquellos que pudieron enfrentarlo y doblegarlo.
Elegante, y según alguna anécdota -en el entierro de Fischer preguntó si estaba libre el nicho de al lado, dicen- capaz de lo más difícil: aceptar ese título del que presumía otro campeón del mundo, mi admirado Mikhail Tal, el título de Antiguo Campeón del Mundo, algo que nadie podría quitarle jamás, y amigo de ese genio llamado Fischer. La aceptación del declive como algo normal, sin estridencias, es algo digno de admirar y algo que todos deberíamos aprender. Por eso, cuando una de estas personalidades nos deja debemos de decir ‘gracias’ por lo enseñado, ‘gracias’ por mostrarnos aquello de lo que somos capaces y también aquello de lo que carecemos.
Cuando un Campeón del Mundo de Ajedrez nos deja, una personalidad digna de admirar se va y la duda es siempre la misma: ¿qué hemos aprendido?, ¿qué somos capaces de aprender? Se va aquello que nos podría enseñar pero queda aquello que nos enseñó, humildad, respeto, constancia. Se ha ido Boris Spassky, el décimo Campeón del Mundo de Ajedrez. Descanse en paz.