ESTEFANÍA LAYA.- Quizás la novela que más me ha impresionado en los últimos años: Crimen y castigo, de Dostoyevski. Razones: la conversión de una persona «educada» pero con horribles delitos de asesinato que no es fruto de investigaciones, perfiles, ni de remordimientos o recriminaciones.

Raskolnikov, el estudiante asesino medio arrepentido, confiesa su crimen a quién ve débil y también pecador porque intuye que le comprenderá: a Sonia, la joven que se prostituye por sacar de la ruina a su familia, y de la que espera amor.

La chica le comprende y quiere incondicionalmente, pero no le justifica. Ha obrado mal y debe entregarse, pero ella siempre le acompañará.

Sonia logra su sincero arrepentimiento, no sólo su retractación, tras largos años junto a él. Ella misma abandona la mala vida. Ayuda a los compañeros de prisión y le convence sin argumentos religiosos, salvo en un primer encuentro en el que hace leer a su amante la resurrección de Lázaro en el evangelio.

Tampoco la hermana de Raskolnikov ni su amigo Razumijin le retiran su cariño, aunque en la distancia.

Quien no oculta su humana debilidad ni el amor incondicional abre la puerta para que otros confíen en él y ambos transformen sus vidas.

Una obra teatral, psicológica, con lo peor del alma humana a flor de piel vencido por la sencillez de lo mejor del alma humana.

Colosal e inspiradora novela para «gestionar» los defectos ajenos, el verdadero true crime del matrimonio, la paternidad y la convivencia. Padres, cónyuge, hijo o amigo perfecto ni son humanos ni existen.