MANUEL RODRÍGUEZ (RODRI).-  Cuentan en la radio que el subidón emocional de los niños abriendo los regalos de reyes dura unos cinco minutos. Lo explica un experto en cerebros y emociones. Esos momentos quedan impresos en el alma por la expectación previa, sostiene. Y todo explota en cinco minutos. Sigue reflexionando sobre lo complicado que lo tienen los profesores porque en las aulas suele faltar la expectación previa. “Nadie se acuerda de la primera vez que le explicaron el teorema de Pitágoras…”, bromea.

La voz del experto se hunde y, misterios del cerebro, emerge, poderosa, la de Víctor Jara: “Son cinco minutos / la vida es eterna / en cinco minutos…”. Te recuerdo Amanda. La calle mojada. Corriendo a la fábrica donde trabajaba Manuel, “la sonrisa ancha, la lluvia en el pelo / No importaba nada / ibas a encontrarte con él / Con él, con él, con él, con él…”

Con los vídeos de 20 segundos, los mensajes de whatsapp acelerados, las canciones desechadas a los 30 segundos… La vida es eterna en esos cinco minutos hurtados al frenesí diario para un pausado saludo callejero, para un café compartido, de pie; para una llamada inútil: “llamo para nada. Solo saludarte…” ; para evocar el amor de Amanda y Manuel… Cinco minutos compartidos, eternos.

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